domingo, 3 de abril de 2011

Un tonto enamorado.

Escrito por Elena (eferrandiz)


Entré en mi camarote, dejé la toalla que llevaba sobre el hombro en una silla y guardé el cepillo de dientes en mi bolsa de aseo. Me puse el pijama y como cada noche, salí de mi camarote y me dirigí al de las chicas. Abrí la puerta con cuidado, aunque ellas ya estaban acostumbradas a que entrara y saliera de aquel camarote. Las chicas estaban acostadas, por lo que entré sin hacer mucho ruido por si alguna estaba dormida ya. Me acerqué a la cama de mi chica favorita, subí con cuidado a la litera, le di un beso en la frente y me recosté a su lado. Ella sonrió como de costumbre.
Así todas las noches, nos poníamos hablar de cómo había ido el día o que problema encontraríamos al despertar, así hasta que ella se quedaba dormida. Y como desde el primer día yo le susurraba las buenas noches y salía del camarote en dirección al mío.
Aquella noche cuando ella se quedó dormida, me fui a mi camarote, pero no podía dormir, allí acostado en mi cama con los ojos abiertos mirando aquella estantería que estaba colgada sobre mi cama no dejaba de pensar en ella. Era extraño, era algo que me ocurría desde las últimas noches. No podía estar en la cama, me levanté y salí al pasillo, cuando estuve en la puerta del camarote de las chichas dude en entrar pero al final subí por las escaleras sin saber a dónde ir y terminé en cubierta. Estaba vacía, algo normal teniendo en cuenta que era de noche, la noche era fría, yo solo pensaba en ella. Quería tocarla, sentir su olor, escuchar su risa... Allí con el silencio de la noche, acompañado por la luna me encontraba yo, había pasado de ser el tonto del chicle a ser un tonto enamorado.

Desperté a la mañana siguiente debido a los rayos de sol que se colaban por el ojo de buey de mi camarote. Me incorporé bruscamente, cosa de la que me arrepentí de inmediato porque di con mi cabeza en la estantería que todas las mañanas maldecía.

-¡Aggr! – gruñí despertando a mis compañeros, los cuales estaban más que acostumbrados. No necesitaban despertador conmigo. Miré el reloj, pocas horas había dormido, pero no importaba. Me levanté y salí corriendo de aquellas cuatro paredes.

- ¿Y a este que le pasa? - preguntó Palomares mirando la puerta que dejé abierta.

- Con tanto golpe se le ha terminado por ir la cabeza - rió Ramiro.

Pero no era así, salí al pasillo y allí estaba ella, toalla en mano para ir a la ducha. Nada más verla pude notar como una sonrisa iluminó mi rostro. Era una sensación a la que no estaba acostumbrado pero me gustaba. Me acerqué a ella y al verme ella también sonrió.

- Tienes cara de cansancio, ¿no has dormido bien? - preguntó preocupada por mí.

- Tranquila, estoy bien y veo que tu también, hacía tiempo que no te veía sonreír como hoy. - le comenté y acto seguido besé su frente.

- Simplemente vuelvo a ser yo.

Y allí me dejé, en medio del pasillo por el que se acercaba a paso ligero el primer oficial, iba a esconderme pero ya era tarde. Como sospechaba me gritó por encontrarme todavía en pijama y me mandó limpiar letrinas. Mientras todos disfrutaban del buen día que hacía en cubierta, yo estaba limpiando letrinas, y eso estaba haciendo cuando dos chicas entraron al baño:

- ¿Has visto como reía? Estoy segura de que pronto nos dará una sorpresa...

-Tú sabes algo que yo no sé.

-Se lo mismo que tu pero su mirada y sonrisa me dicen algo.

Quise saber de quién hablaban, me acerqué a la puerta pero me enredé con mis propios pies metiendo uno en el cubo y cayendo dándome contra la puerta y abriéndola.

- Yo creo que esta enam... ¿Piti? ¿Te has hecho daño? - Dijo Ainhoa mientras ella y Estela me ayudaban a levantarme.

- Gracias, estoy bien. - Dije intentando sonreír.

Ambas chicas rieron y se fueron comentando mi torpeza. Cogí el cubo y continúe con lo mío. Por fin, cuando hube terminado me dirigí a la cocina a ver si Salomé me daba algo, estaba muerto. Caminando por el pasillo mientras me quitaba los guantes pensaba, no había duda de que las chicas hablaban de ella, de Vilma. Algo hizo que frenara y saliera de mis pensamientos. Por segunda vez en ese día me encontraba escuchando detrás de una puerta, esta vez detrás de la puerta de la cocina.

-Estás hermosa, no sé como lo haces pero el embarazo te está sentando de maravilla. - comentó cariñosamente Salomé. - ¿O te pasa otra cosa? - Dijo pícara.

-A ti no se te puede negar nada, estoy aprendiendo a abrir mi corazón.

Vale, había escuchado demasiado y entré en aquella cocina antes de que pudiera decir el nombre de su enamorado. No estaba preparado, no lo estaba para que me rompieran el corazón. Apenas hacia un día que me había dado cuenta de que estaba enamorado, de que podía sentir algo por alguien tan especial. Estaba emocionado, y quería que por lo menos durara un poco más mi ilusión.

- Salomé, ¿me puedes dar un vasito de leche?- Pregunté.

- No te he visto en toda la tarde.- Dijo Vilma con una sonrisa.

- Si, llevo todo el día limpiando letrinas. De la Cuadra me tiene manía desde lo del chicle.

- El chicle, ya no me acordaba casi. - Rió.

¿Cómo no podía acordarse? Desde el primer día me convertí en el tonto del chicle en aquel barco. Ya no sabía que pensar, no había pensado tanto en mi vida desde los últimos días.

Como cada noche, entré en el camarote de las chicas y me subí a la cama de Vilma. Esa noche era diferente, estábamos los dos acostados sin decir nada, yo sin dejar de pensar en lo que había escuchado esa tarde. Lo que estaba claro era que estaba enamorada, pero ¿de quién? No quería saberlo, desde el mismo momento que lo supiera se me rompería el corazón. Ya no sería lo mismo, ya no podría ir cada noche a su camarote, no podría darle las buenas noches como estaba acostumbrado, no podría hacerla reír como hasta ahora, todo cambiaria. ¿Me dejaría de lado? Ella no era así, además yo iba a ser el padre de su hijo, ¿o eso iba a cambiar? De inmediato el miedo recorrió mi cuerpo y las dudas no dejaban de rondar mi cabeza. Giré y la vi acostada con los ojos cerrados. Su respiración se empezaba a relajar, lo que me indicaba que estaba quedándose dormida. Hice un movimiento para levantarme e irme a mi camarote pero algo me detuvo. Miré y su mano sujetaba mi brazo.

-No te vayas, no me dejes sola. – susurró sujetando mi brazo, haciendo que en ese instante todos mis miedos y dudas desaparecieran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario