sábado, 9 de abril de 2011

Miedo y desesperación

Escrito por Elena (eferrandiz)


Aquella mañana me desperté desorientada, 3 horas más tarde de lo habitual. Me levanté y miré el reloj confundida, nunca antes me había pasado. Me duché rápidamente, me vestí y salí de mi camarote. Subí las escaleras que llevaban al comedor. Caminé hasta llegar a la puerta de la cocina, entré y me extrañé. No había nadie. Ni Salomé, ni Burbuja ni Valeria. Salí al comedor esperando encontrar a alguien, de nuevo no había nadie, volví a mi camarote, abrí la puerta pero el camarote estaba vacío, ni rastro de Ainhoa y Estela. Me senté en mi cama con la intención de encontrar alguna excusa pero no la encontraba. Observé que el reloj marcaba la misma hora a la que había despertado. Una sensación extraña me invadió. Rápidamente fui al puente de mandos, no había nadie, me asuste aun más al ver que nadie dirigía el barco. ¿Dónde se encontraban todos? El miedo iba poco a poco apoderándose de mí. Salí a cubierta a gran velocidad pero ralenticé mis pasos hasta quedarme quieta, con el miedo, no me había dado cuenta de que no me podía escucharme, mis pasos no producían ningún ruido. Solo existía el sonido de mi voz, lo demás era un profundo silencio. Miré hacia el cielo, las nubes se movían pero yo no sentía el viento. Observé todo a mí alrededor, todo estaba vacío, era un vacío que daba miedo. Desesperada corrí por aquel barco esperando encontrar a alguien. Cansada entré en el camarote de los chicos, allí tampoco había nadie. Me senté en el suelo apoyando mi espalda contra la puerta y con mis manos tapé mi cara con miedo y desesperación. Estuve un rato sentada, intentado no pensar en lo que estaba ocurriendo cuando de pronto oí un pitido que se oía a lo lejos, sin pensarlo dos veces me levanté y corrí hacia aquel pitido que cada vez se escuchaba más intenso indicando que cada vez estaba más cerca.

Desperté en la enfermería, con un tubo de oxigeno enganchado, sin recordar nada, y Piti sentado en una silla junto a mí, dormido cogido a mi mano. Con un simplemente movimiento de mi mano, él despertó. Se notaba que había llorado, y al verme una sonrisa iluminó su cara. Pensaba que no despertaría y que no volvería a verme.

Vilma Llorente

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