domingo, 3 de abril de 2011

Estuve a punto de decir adios.

Escrito por Elena (eferrandiz)


Salió de su camarote y empezó a caminar por los pasillos hasta salir a cubierta, lógicamente no iba a dar treinta vueltas por un mismo lugar, así que se sentó cerca de la barandilla. Podía sentir la brisa del mar en su pelo y los rayos del sol. Su mirada parecía vacía. Tan frágil, tan ella… Se veía tan triste que ya una lagrima corría por su mejilla, se retiró el pelo de la cara y se demostró a si misma que dependía de él, de Pedro Gironés. Él tan Don Juan, tan Casanova como es el mismo.

¿Por qué de todos los tripulantes del barco se tuvo que enamorar de él, de Piti? ¿No se podía enamorar de otro o simplemente no enamorarse? La respuesta es no, un no rotundo.

Pudo oír como la gente avanzaba por los pasillos llegando finalmente a la bodega improvisada ahora en una capilla, la boda estaba a punto de comenzar. Se secó las lágrimas y acercó su mano a su barriga ya pronunciada, mientras recordaba las palabras de aquel hombre que prometió ser el padre de su hijo. Ella creyó en él.

Piti ya se encontraba en la capilla esperando a su futura mujer cuando miró al cura y recordó la pregunta que Palomares un día le hizo y él no llegó a contestar: “¿De verdad te gusta Estela?”. Esa frase de cinco palabras no dejaba de resonar en su cabeza.

Estela, su futura mujer, lucia un traje blanco que había confeccionado con ayuda de Salome y la doctora Wilson. Cuando llegó al lado de Piti seguida por la pequeña Valeria, Palomares dio comienzo a la ceremonia y minutos después dijo: “Pedro Gironés, ¿aceptas a Estela Montes para amarla y respetarla hasta que la muerte os separe?”

Piti dudó, ¿era con ella con quien quería despertar cada mañana y decirle te quiero? Para él esas eran unas palabras muy grandes y que no podían soltarse a la ligera. Sabía perfectamente a quien quería decírselas. Piti la miró a los ojos y dijo: “Yo… no… no puedo, lo siento”. Soltó sus manos mientras negaba con la cabeza y salió de allí. Corría por los pasillos hasta que llegó a cubierta, donde estaba Vilma sentada. Ella lo miró confundida y le dijo mientras las lagrimas salían de sus ojos: “Deberías estar en tu boda.” Él se sentó junto a ella, delicadamente le secó las lágrimas y le dijo: “Un día dije que siempre iba a estar contigo, y aquí estoy” y finalizó aquel momento sellándolo con un dulce besos en los labios. “Te quiero.”

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